viernes, 23 de diciembre de 2011

It’s a Wonderful Xmas


Rojo, blanco y verde, por todos lados. Un pino grande como la concha de la madre, y sobrecargado de adornos. Gente dando vueltas, charlando, riéndose, comiendo canapés, bebiendo champaña. “Gingle Bell Rock” sonando por los parlantes...
En el salón del cuarto piso del hotel más importante de la ciudad también se preparaban para festejar la Navidad. Una Navidad que yo había planeado de otra manera.
—Nada mal —dijo Nic, y agarró una copa que le ofreció una camarera—. Admitilo.
Era 24 por la noche, y Nic había sugerido esta fiesta VIP para pasar el 25. A falta de opciones mejores, acompañé al resto del grupo: Alan, Barbie y Lola.
Pesqué una copa y dije:
—Tiene lo suyo, aunque una fiesta llamada It’s a Wonderful Xmas debería tener un mínimo de gracia. El “Xmas” ya está hiperquemado.
—Mirá, Lucky —dijo Lola, señalando las enormes pantallas ubicadas estratégicamente—. Están pasando Gremlins. Vos también querías proyectarla.
—Cierto —bebí un sorbo—. Mi idea era poner pelis navideñas con onda, como esa y Bad Santa y demás.
Entonado por el Malbec que nos tomamos antes de entrar, Alan me puso una mano en el hombro y dijo:
—Todavía no entiendo por qué de golpe suspendiste tu prometedora fiesta navideña. ¿Qué pasó?
—Es verdad —dijo Barbie—. Esa iba a ser la fiesta navideña.
¿Qué pasó? La semana pasada llevé a una pareja a mi casa, para “divertirnos” un toque, pero la mina agarró el hacha y despedazó los muebles y las paredes y se quiso escapar, pero la corrí y la agarré y la calmé con un rápido corte en la yugular que salpicó todo el blanco del living, como un último insulto a mi exquisito gusto para la decoración de interiores. ¡Nunca aprendo lo riesgoso de querer pasarla bien con dos personas al mismo tiempo!
—Ya les conté —dije, y bebí otro sorbo—: se me jodió el equipo de audio. Si la casa no puede sonar como una disco, entonces mejor abortar el plan —empecé a abrirme paso entre la multitud.
—Qué cagada que fue tarde para reservar en un lugar.
—Movámonos un poco, amargos.
Fuimos hasta la mitad del salón. A los costados, sillones ocupados mayormente por modelos y por algún loser que quebró antes de medianoche. Casi en la otra punta, un escenario con instrumentos en el fondo.
—¿Quién tocará? —dijo Nic—. Escuché que habían contratado a alguien groso.
La respuesta, cerca del gigantesco pino: Michael Bublé, quien me vio y vino a saludarme con un abrazo. Nos conocíamos de una fiesta VIP en Manhattan. Es más copado de lo que parece. Y siempre de traje. Me pregunté si dormiría en saco, camisa y corbata.
—¿Cómo andás, Mike? —le dije.
—Todo bien. La otra vez acordaba de vos, en una fiesta de Patrick Bateman.
—¿Seguís viendo a ese? ¡Es un aburrido!
Nos reímos.
Dijo que tocaría a las doce en punto.
—¡Bien! Aunque hubiera preferido que trajeran a Morrissey. O a José Feliciano, que al menos tiene un tema navideño.
Nos reímos a carcajadas.
—Sí, sí —dijo Mike—. Y yo hubiera preferido que viniera Bing Crosby, pero es más complicado todavía.
Nos cagamos de risa. En tanto, Lola y Barbie se dedicaban a fotografiarnos para subir todo a sus respectivas redes.
Mike, las chicas, los chongos, “New Sensation” de INXS empezando a sonar... Ya no estaba de tan mal humor.
Debía ser el famoso milagro de Navidad.
Hasta que...
—¡LUCKY!
Reprimí putear en voz alta.
Dos segundos después, mojito en mano, Mr. Divine estaba con nosotros, saludando uno por uno y con besos en cada mejilla.
Maxi (ese era su apodo anterior) era 95 kilos de mala onda, pero disfrazados de buena onda. Un puto Grinch... y un Grinch puto.
—Un placer tenerlos acá —dijo, superamanerado como en los grandes eventos, y como si no sintiera vergüenza de vestir esa horrible camisa con motivos navideños.
—¡Nice t-shirt!—le dijo Lola, que también andaba puesta de tanto Malbec, y le sacó una foto para su nuevo tweet.
Mr. Divine le guiñó el ojo y dijo:
—¡Thanks! —nos miró al resto—. ¡Nos vemos! Ah, Lucky: la fiesta temática Hospital fue hace dos semanas.
Lo decía porque estaba vestido con ropa de seda blanca que ese manatí no podría usar en su fucking vida.
Pero todos se rieron del chiste.
Mr. Divine me guiñó el ojo y se fue a seguir saludando.
—No le des bola —me dijo Alan.
—¿Tanto se nota que me cae mal? —dije—. Gordo de mierda...
Mike quiso saber qué pasaba.
—¿Ves American Horror Story? Este es como Jessica Lange, pero peor.
—Cuando llegué —dijo Mike—, lo vi besarse con el dueño del hotel.
Terminé mi copa, la dejé en la bandeja de una camarera que pasaba y dije:
—Así que dueño sabe cómo organizar eventos, pero no sabe elegir a quién garcharse.

I know, lo lógico hubiera sido irme de ahí, y a la concha de la lora con el merry christmas. Pero no iba a permitir que un malcogido me impidiera gozar.
Los canapés, mejor de lo esperado. Los tragos que servían en la barra, decentes (Mérito de Alan y Nic por comerse toda la cola para comprarlos cuando nos hartamos de la champaña). La gente se ponía a bailar. En las pantallas, escenas de Scrooged, de Die Hard, de Home Alone, de Nightmare Before Christmas...
Entre las camareras, me fijé en una tetona onda Salma Hayek, simpática y sonriente de oreja a oreja como si ocultara algo.
Voy a descubrir todos tus secretos y más, pensé, y fui tras ella, pero en el camino empezó “Waiting for a Train”, de Flash & The Pan, y me convencí de que tenía que conocer al DJ. Era flaca y vestía remera con Santa Claus incrustado en un árbol de Navidad. La convencí de ir a algún lugar más privado. La reemplazó su ayudante —un genio sólo por su remera de The Smiths— y salimos a uno de los balcones semidesiertos (y eso que hacía calor). Apoyados en la balaustrada, ante un paisaje de millones de luces y ruidos de fondo, la inevitable charla sobre bandas australianas de los ’80 devino en sonrisas, caricias... y cuando estaba por meterle la lengua hasta la garganta, apareció Mr. Divine, patético gorrito navideño incluido.
—¡Helloooo! Un momento, Lucky —bebió un sorbo de su Martini—. ¿Y qué pasó con el morocho de la otra vez? ¿Vos no jugaba para mi equipo?
La DJ me miró, pero no parecía ofendida.
—Soy un jugador todoterreno —le dije al cortamambo, sonriente.
—Lo que vos digas —miró a la mina—. Los bi son legión. No sé vos, darling, pero yo no soporto las medias tintas.
La DJ esbozó una sonrisita forzada, pidió disculpas y se fue rápido.
—Qué embole, ¿no? —dijo el gordo mierdoso viéndola irse—. Te las estás buscando cada vez peor, eh —bebió más de su trago—. Decidite por los hombres, que es menos problemático.
Me moría por cagarlo a trompadas, como mínimo.
—Se fue porque no te soportaba.
—Tiene que soportarme: yo la contraté —terminó el Martini y dejó el vaso en una mesa que tenía cerca—. Bah, se la sugerí a Marc, como le sugerí todas las ideas para este evento.
Marc era el dueño del hotel y su supuesto nuevo novio o chongo o lo que fuera.
—¿Tanto te duele que te haya dicho “No” esa madrugada de verano? —le tiré, apretando los dientes.
—¡¿Qué?! ¿Te pensás que sos Don Draper, mi amor? Ah, no, cierto que todos te confunden con DiCaprio. ¡Horrible!
—Horrible como el Colbert Noir que te ponés siempre.
—Porque Armani Code es el colmo de la perfección perfumada, ¿verdad? Es lo más similar a bosta de rinoceronte. Bueh, pero de vos no me sorprende.
Me le acerqué dos pasos y le dije:
—¿Estás seguro de querer apurarme? Cada vez que tengo la mala suerte de cruzarte hay que preguntarte lo mismo.
Mr. Divine se me acercó dos pasos y, mirándome fijo a los ojos, dijo:
—La última vez que nos vimos, en esa fiesta del 6º piso, alguien me tiró por las escaleras. Eran escaleras de caracol y sentí que nunca más iba a aterrizar. Y yo no estaba tan en pedo como para caerme solo. Incluso recuerdo haber sentido una pierna haciéndome perder el equilibrio —se tocó la pierna izquierda—. Dos meses con yeso y un tiempo caminando como House. Se me ocurre que podés saber quién pudo haber tratado de matarme.
Sonreí y dije:
—Sí sé y recuerdo que antes de tu caída, estuviste tratando de acaparar la atención.
—No “traté”: la acaparé. La acaparé con mi encanto natural.
—Wathever...
—Cosa que vos no pudiste.
—Lo que vos digas.
—Todos lo decían.
—No veo a “todos” acá. Puedo hablar por mí, y recuerdo muy bien que quisiste ensuciar mi imagen. Te acercaste a minas, a chongos, y a todos les vendiste cualquiera sobre mí. Y cuando quedamos solos en la cocina, te confesaste: “Vos a cagarte la fucking vida”.
Mr. Divine sonrió y negó con la cabeza.
—Yo no ensucio imágenes, darling —dijo. Sólo comparto mi punto de vista sobre la gente y las cosas. Vos tenés un aura oscura.
—¿Aura oscura? ¿Ahora sos astrólogo o algo así?
—Un aura siniestra, diría. Peligrosa. Maquiavélica. Pero nadie más parece notarlo. ¿Quién sos realmente, Lucky? De hecho, nadie sabe tu verdadero nombre. Y sé que tu apellido no es Albarn, como figura en tu Facebook.
Me reí y le dije:
—Lo gracioso es que todo esto pasa porque sos un envidioso o porque quisiste chuparmela y te mandé a la mierda... o porque vos sos una mierda.
Me agarró fuerte del cuello y dijo:
—Puedo hacerte pija sin que nadie se dé cuenta y sin derramar una gota de sangre.
Tenía fuerza, el hijo de puta.
—Clases de defensa personal —dijo, como si fuera un telépata. ¿Desde cuándo enseñaban a agarrar cuellos en esas clases?—. Los empujones por escaleras pueden dejarte muy traumado.
Pasos y una sombra acercándose.
—¿Todo bien? —dijo Marc, siempre con esa cara de haberse tragado un limón, que contrastaba con la corbata repleta de diminutos pinos verdes sobre fondo rojo.
Mr. Divine me soltó y le dijo:
—Tenemos una Scrooge meets Grinch.
Marc me miró mal y dijo:
—Así que un mala onda queriendo cagar nuestra fiesta a una hora y media de las doce.
¿Mala onda, moi? Era obvio que ese imbécil no me conocía.
—Pero ya se iba Lucky —dijo Mr. Divine, y me miró—. Él siempre hace sus propias fiestas navideñas —fingió horrorizarse—. ¡Ah, cierto que este año tuviste que suspenderla! Menos mal que tu decorador no se quedó sin trabajo y lo pude sumar al staff de este hermoso evento.
—Nada mal la idea de las pelis navideñas con onda —agregó Marc—. Para eso sí tenés onda.
No estaba acostumbrado a ser humillado, y menos por intentos de seres humanos como esos dos.
Miraron hacia la salida, y Mr. Divine dijo:
—Apurate, que tenemos que finiquitar preparativos.

Y salí, nomás. Salí sin despedirme de mis amigos (bah, igual que muchas veces). Pero gracias a que uno de los guardaespaldas era un viejo touch and go, pude volver a entrar. El chongo me hizo prometerle que cogeríamos después de medianoche. Le dije que nadie lo penetraría mejor que yo.
Camuflado con una de esas ridículas gorras de Santa Claus —a esa altura de la noche, casi todo el mundo allí adentro las usaba—, me metí en la cocina y robé uno de los cuchillos más grandes. Había empezado a sonar “Last Christmas”, de Wham!  y pensé que debía casarme con la DJ después de encargarme de Mr. Fucking Divine.
Semioculto detrás de un grupo de mujeres que no paraban de mirarme de reojo ni de cuchichear entre sí, vi a Mr. Divine a varios metros, junto a Marc, riendo frente a una pareja de presumible origen escandinavo.
Sabía bien qué hacer.
Lo voy a sorprender solo y no me cansaré de apuñalarlo. No me cansaré de apuñalarlo en cada centímetro de ese cuerpo de elefante marino. Puñaladas en el estómago, en el pecho, en la cara, en el ojete. Y cuando termine con él, lo corto en pedazos y envuelvo los restos de regalitos que pondré debajo de ese pino mierdoso, así los invitados los abren y se encuentran con uno de los organizadores de la mejor navidad de sus vidas.
Mmm... Sonaba muy complicado el tema de los regalos.
Lo voy a sorprender solo y no me cansaré de apuñalarlo. No me cansaré de apuñalarlo en cada centímetro de ese cuerpo de elefante marino. Puñaladas en el estómago, en el pecho, en la cara, en el ojete. Y cuando termine...
Un momento: estaba olvidando mi ropa blanca. ¡No podía estropearla por culpa de ese gordo loser!
Lo voy a sorprender solo y no me cansaré de...
Los guardaespaldas. No debía olvidarme que esa vaca puta estaba bien protegida. Y ninguno de los gorilas vestidos de negro apostados estratégicamente habían sido mis trolas ni siquiera dos segundos.
¡Fuck!
Quería destriparlo como a un cerdo, pero debería conformarme con estrangularlo.
Me acerqué a la cabina de la DJ, miré varios cables tirados en un costado y me robé uno corto, pero suficiente como para rodear el cuello de Mr. Divine y hacerlo conocer al Divine de verdad.
Esquivando las miradas de los bodyguards, seguí de lejos al gordo sarnoso, que se dirigía al extenso balcón del otro lado del piso. Iba solo, ahora con copa de champaña en mano.
No te lo tomés todo, pensé, así brindás personalmente con Dios o quien sea.
Mike me interceptó en el camino para preguntarme si convendría arrancar el show con “Christmas (Baby Please Come Home)” o con “Santa Claus is Coming to Town”. Le dije que escuchara su corazón —qué respuesta chota, eh— y lo dejé para seguir tras Mr. Divine.
Lo vi salir al balcón e irse hacia un extremo donde, al parecer, no había nadie, ni siquiera sentados a las mesas.
Me acerqué sigiloso, ocultándome detrás de los arbustos, también decorados como arbolitos navideños.
Ahora más lejos del ventanal cercano y más próximo a la punta, escuché otras veces. Avancé hasta otro de los arbolitos y pude ver bien a los demás.
Mr. Divine estaba junto a Marc y la camarera tetona onda Salma Hayek, quien, aunque se cubría la cara, no podía frenar el llanto.
—Así son las cosas, nena —le dijo mi futura víctima—. O te la bancás o tirate por acá —miró el borde del balcón—. Total, con todo el ruido, recién mañana temprano van a encontrar tu cadáver.
Marc la miró mal y se fueron juntos con su amante. Pasaron tan cerca de mí, que debí agacharme para que no me vieran, ya que ese arbusto no era tan ancho como los otros.
Me quedé un rato esperando a que entraran, y no pude evitar oír cómo lloraba la mina. No, no me conmovió, pero casi. Cuando la vi, estaba sentada en la balaustrada.
¿Le haría caso a esa ballena?
Evidentemente, sí: ubicó las piernas del lado de afuera, lista para saltar.

Mi instinto me dijo: “Salvala”, y como mi instinto (no mi conciencia, ojo) nunca se equivocaba, salí de detrás del arbusto y fue por ella y la agarré de los brazos justo cuando estaba por dejarse caer. Me sentí como DiCaprio en Titanic, cuando impide que Kate Winslet se tire del barco. ¿Esta suicida también me mostraría las tetas, como Kate le mostraba las suyas a Leo?
—¿Y tu espíritu navideño? —se me ocurrió decirle. Y bueno, no estoy acostumbrado a salvar gente.
Al principio lloraba tanto que no se le entendía nada, pero de pronto dijo bien claro:
—¡Estoy harta! ¡Todo el mundo se aprovecha de mí, como si fuera una pelotuda! Y seguramente lo soy.
Controlé que no hubiera nadie a nuestro alrededor, me saqué el gorro, nos sentamos a una de las mesas y le pregunté por qué decía todo eso.
Se llamaba Magdalena (Magda para los amigos) y era ex de Marc. Ex, casi esposa. Por su relato con salidas a escondidas y garche en lugares extraños, encajaba más en la categoría de amante, pero ella se había enamorado posta. Y Marc le había prometido cosas que ella se creyó, pero le rompió el corazón cuando le dijo que prefería coger con Mr. Divine porque sabía de sexo y de música.
—Esto me lo contó en la cara, pero después de que yo los encontrara juntos, desnudos, en una suite del tercer piso. Ver al hombre que amo con otro tipo fue la gota que rebalsó el vaso. Y quise irme a la mierda, pero me quedé para hoy porque necesito la plata.
Y, de paso, me contó que era pobre y todos los hombres con los que estuvo la habían cagado, desde los 12 años. Y se colgó contándome dos historias que ahora olvidé.
—Se fijan en mis tetas —dijo al terminar—, pero no en mi corazón.
Shakespeare no lo hubiera expresado mejor, eh.
También admitió que ella vivía amando a las personas equivocadas y que no sabía cómo cambiar y que la única solución posible era morir... y reencarnar en una mariposa o en algún insecto.
—Los bichos nunca tienen problemas sentimentales ni económicos —agregó—. Pero, ahora que me doy cuenta, yo ya soy un bicho —y volvió a llorar.
Los bichos no tienen melonzotes como los tuyos, quise decirle, pero opté por:
—¡No te subestimes!
—No quiero hacerlo. Mis psicólogos me aconsejan lo mismo: “No tenés que subestimarte”, “Vos valés mucho”, blablabla. Pero ni vos ni ellos están en mi cabeza.
¡Menos mal que no estoy ahí!, pensé, y le dije, muy serio:
—Claro que sos hermosa, Magda. Eso es obvio. Pero también me doy cuenta de que sos mucho más que eso. Sos sensible, sos inteligente. Pero nadie más parece notarlo, o no lo valoran. Pero así funcionan los hombres ahora. Y la mayoría de las mujeres. Quieren para sí a las personas bellas, pero más como un adorno, como si esa fuera su única cualidad.
Y seguí con el discurso para hacerla sentir bien y todo eso. Se me iba ocurriendo sobre la marcha, como mis frases de levante. Costaba no mirarle esas dos deseables protuberancias.
—Lo que tenés que hacer, de una vez por todas, es hacerte valer. Y tenés que empezar ahora mismo.
—¿Pero cómo?
Le extendí el cuchillo, que por suerte aún tenía guardado.
—No sigas permitiendo que dos idiotas dinamiten tu autoestima. Ni hoy, en Nochebuena, ni nunca.
Magda miró la hoja. Dudaba.
—¿Vos serías buenita con dos individuos a los que no les importa un carajo tu vida? Acordate de lo que dijo el gordo: “O te la bancás o tirate por acá. Total, con todo el ruido, recién mañana temprano van a encontrar tu cadáver”.
Magda empuñó el cuchillo, lo miró bien, como si nunca en su vida hubiera agarrado uno.
—No temas desahogarte.
—Pero si los... —empezó a decir Magda, y se puso de pie—. ¿Me voy a sentir mejor si lo hago?
Me incorporé, le puse las manos en los hombros y le dije, con mi mejor sonrisa de Patch Adams:
—Vas a ser libre, por fin.
Una nueva frase chota, pero que sirvió.
Oímos la voz de Mr. Divine hablando por micrófono. Ya estaban por ser la doce, evidentemente.
Magda caminó hacia los ventanales. Se dio vuelta para mirarme y dijo:
—¿Sos un ángel?
Quise reírme, pero al final le dije, sonriente, las manos en los bolsillos:
—Maybe.

Cuando entré, la gente se había reunido frente al escenario, donde Mike Nublé y sus músicos se preparaban para hacer su trabajo.
También estaban Mr. Divine y Marc, la parejita feliz, que controlaban la hora con un reloj grande ubicado en el pino. Faltaba un minuto y pico para las doce.
Me reuní con Nic, Lola, Barbie y Alan, a la espera de lo que fuera a suceder.
Marc se puso a agradecer la presencia de todos y todo el clásico speach de la ocasión. Aplausos por parte de la multitud.
—Y una Nochebuena sin presencias desagradables —agregó Mr. Divine.
Justo en ese momento, se me aparecieron dos guardaespaldas que me agarraron de los brazos. Les pregunté qué pasaba, pero sólo se limitaron a querer arrastrarme hasta la salida.
—Ahora sí —dijo Marc—. La cuenta regresiva: 10, 9, 8...
Mis amigos quisieron saber qué pasaba, pero les dije que no sabía, y los monos siguieron llevándome.
—7, 6, 5, 4...
En medio del forcejeo con esos monos, vi que Magda se subía al escenario, pasaba junto a Mike y quedaba frente a Marc y Mr. Divine.
—¡Una chica ansiosa! —dijo el dueño del hotel.
Magda sacó el cuchillo y se lo clavó en el pecho.
A mi alrededor, todos duros y mudos, incluso los guardaespaldas. Aproveché para liberarme.
Marc soltó el micrófono, se tambaleó hacia el lado derecho y cayó boca arriba. Magda lo apuñaló otra vez, ahora en el cuello, y la sangre voló de tal manera que salpicó al petrificado Mr. Divine.
Subí al escenario, agarré el micrófono y dije, muy entusiasmado y contento:
—¡Feliz Navidad!
El público seguía callado.
—¡Show sorpresa!
Pero ni desmayos ni gritos. Debían estar todos tan puestos a esa altura de la noche que ya nada les importaba. Y me lo confirmó Alan:
—¿Como en Halloween?
—¡Claro! Una rutina de Halloween, pero en Navidad.
Todos hicieron un “Ahhh” y se rieron y aplaudieron.
A mi lado, Magda no paraba de apuñalar al ex amor de su vida. Se había ensañado con la entrepierna. Y eso que el hijo de puta ya ni respiraba.
—Y ahora —anuncié—, todos los grandes éxitos musicales navideños con... ¡Michael Buble!
Lo miré. Él sí había quedado shockeado. Los músicos, igual.
—Costumbres de este país —dije, muy sonriente.
Y eso los tranquilizó lo suficiente como para empezar a tocar “Christmas (Baby Please Come Home)”.
Como Mike no se decidía ni siquiera a moverse, me puse a cantar yo. Gracias a mi carisma, el público se copó, aplaudió, cantó conmigo. Y Mike sonrió y entró en confianza y nos pusimos a cantar de a dos.
Quise ver en qué estaba Magda, pero no la vi ni a ella y ni a Mr. Divine. De pronto pude distinguirla detrás del gentío, persiguiendo al gordo de mierda, que caminaba apenas y parecía herido. Los guardaespaldas iban detrás de ambos.
Mike me dijo que no me distrajera y nos reímos y seguimos cantando y pasando una navidad de puta madre.

Ah, por cierto, MERRY CHRISTMAS!!!!!! 
Pórtense mal y no permitan que ningún madafaka como ese gordo les saque la sonrisa =)



Para desearle Felices Fiestas a Lucky, pueden contactarlo por... 



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